David, la particularidad de Israel y la grandeza de su Dios
Segunda de Samuel 7 ocupa un lugar prominente en la narrativa de las Escrituras. Este capítulo describe un episodio definitivo en la vida del rey David en el cual Dios le reveló proféticamente (vv. 4, 17, 27) que su dinastía perduraría para siempre (vv. 13, 16). Esta promesa fue hecha a base de un pacto por el cual Yahweh le concedió a la casa de David gloria y honor eternos.
Esa subvención u otorgamiento divino fue más bien una extensión del pacto que Dios había hecho previamente con Abraham en el cual le fueron prometidas tierra y dinastía (Gen. 12:7; 15:18; 17:4-8). La conexión entre ambos pactos se refleja claramente en las declaraciones de los versos 9 y 10 donde primero se menciona el engrandecimiento del nombre de David—haciendo eco de Génesis 12:2 en referencia a Abraham—y luego en la garantía de un ‘lugar’ para el pueblo de Israel donde no sería perturbado.
En otras palabras, por medio del pacto con la casa de David, su dinastía fue designada como la administradora principal de las promesas a los padres, Abraham, Isaac y Jacob.
Aunque las implicaciones y repercusiones de esta épica pactista no pueden describirse detalladamente en este breve artículo, nos enfocaremos en tres cosas inmensamente significativas que David mencionó en respuesta a Dios por la concesión del pacto: la particularidad de Israel como el pueblo redimido de Yahweh (vv. 23-24), la instrucción para la humanidad contenida en el pacto (v. 19), y la petición por la confirmación del pacto (v. 25).
La particularidad de Israel: «¿Y que otra nación en la tierra es como tu pueblo Israel?»
David no era simplemente un rey, el era ‘el rey de Israel’, y por lo tanto su dinastía estaría ligada para siempre a esa nación. Aún más, su autoridad como tal, le fue concedida por el Dios a quien ese pueblo pertenecía.
«Yo te tomé del pastizal, de seguir las ovejas, para que fueras príncipe sobre mi pueblo Israel.» (2 Sam. 7:8)
Fue a ese pueblo exclusivamente a quien el Altísimo redimió para sí con «señales y portentos en la tierra de Egipto […] con mano fuerte y con brazo extendido y con gran terror» (Jer. 32:20-21, ver también 2 Sam. 7:6, 23). Y fue precisamente esa poderosa redención la que distinguió a Israel de toda otra nación.
Parte de lo que David expresó en segunda de Samuel 7 está relacionado a su comprensión en cuanto al propósito de esa particularidad otorgada al pueblo de Israel. David entendía que Dios había realizado esa redención «a fin de darse un nombre» (v. 23, ver Éxo. 9:13-16). Es decir, Dios ligó eternamente su honor y reputación a ese frágil pueblo de quien luego cuidó en el desierto. Si el Dios de Israel había establecido la particularidad y superioridad de su nombre al redimirlos de la opresión y de los dioses de Egipto (Exo. 12:12; 2 Sam. 7:23), entonces la particularidad y distinción de Israel de entre las otras naciones son el elemento fundamental para el engrandecimiento del nombre de Yahweh ante todas esas naciones. Esto es lo que algunos han llamado ‘monoteísmo pactista’, la idea de que el Señor sería reconocido y exaltado como el único Dios verdadero a causa de su relación y sus obras para con la nación de Israel.
La Biblia resalta dos características fundamentales acerca de Dios que lo distinguen de todo otro dios. El es el Dios que creó y dio vida a todas las cosas, y por lo tanto es su dueño y quien gobierna sobre ellas. El es también el Dios del Éxodo, es decir, el Dios de Israel. Tal como Dios hizo surgir del agua los cielos y la tierra (Gen. 1:1-10; 2 Ped. 3:5), así también hizo surgir a Israel del agua (Éxo. 14; 1 Cor. 10:1-2) como primicias de una nueva creación (Isa. 43:1; 44:2; 51:13). Ese rol fundamental de las narrativas de la creación (Gen. 1-2) y del éxodo (Éxo. 1-15) respectivamente, se refleja en las declaraciones de los profetas de Israel como Jeremías,
«¡Ah, Señor Yahweh! Ciertamente, Tú hiciste los cielos y la tierra con Tu gran poder y con Tu brazo extendido. Nada es imposible para Ti, […] Oh grande y poderoso Dios, Yahweh de los ejércitos es Su nombre; grande en consejo y poderoso en obras […] ‘Tú realizaste señales y portentos en la tierra de Egipto hasta este día, y en Israel y entre los hombres, y te has hecho un nombre, como se ve hoy. Sacaste a Tu pueblo Israel de la tierra de Egipto con señales y portentos, con mano fuerte y con brazo extendido y con gran terror, y les diste esta tierra, que habías jurado dar a sus padres, tierra que mana leche y miel.» (Jer. 32:17-22)
Consideren también la siguiente cita del autor y teólogo británico Richard Bauckham,
«A lo largo de gran parte de la Biblia hebrea, YHWH es identificado como el Dios que sacó a Israel de Egipto y por los acontecimientos notables del período del éxodo en el que creó un pueblo para sí (por ejemplo, Éxodo 20:2; Deuteronomio 4:32–39; Isaías 43:15–17). Junto a la identificación por sus actividades, también está la descripción de su carácter, dada por Dios en su revelación a Moisés: «Señor, Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira, y abundante en misericordia y verdad» (Éxodo 34:6 […]). Las obras de Dios y la descripción de su carácter se combinan para indicar una identidad que se define con aquel que actúa compasivamente para con su pueblo, y del que puede esperarse que así lo haga. Por la consistencia de sus hechos y de su carácter, aquél llamado YHWH se muestra como uno y el mismo.
Junto a tales identificaciones de Dios en su relación de pacto con Israel, también existen caracterizaciones de su identidad al referirse a su relación única con toda la realidad: más específicamente, que es el Creador de todas las cosas y el rey soberano de todas ellas. Es importante que nos fijemos, […] que estas dos categorías de rasgos se unen de una forma especial con las expectativas escatológicas de Israel. En el futuro, cuando Dios cumpla la promesa hecha a su pueblo, y muestre definitivamente ser el Dios compasivo que han conocido en la historia, desde el Éxodo en adelante, demostrará al mismo tiempo su deidad a las naciones, reivindicando su soberanía como Creador y Gobernador de todas las cosas cuando establezca su reino universal, y dé a conocer su nombre a todas las naciones, y todos le conozcan como el Dios de Israel. El nuevo Éxodo del futuro, especialmente el predicho en las profecías que llamamos deutero-Isaías (Isaías 40–55), será un acontecimiento de importancia universal precisamente porque el Dios que sacó a Israel de Egipto es también el Creador y el Gobernador de todas las cosas.»[1]
Como el Dios que habló y todo fue creado, el es el Dios que posee a toda la humanidad y por ende a quien todos le rendirán cuentas. Más en su sabiduría y determinación divina, el Altísimo se identificó con nosotros por medio de una nación y pueblo escogido. Como bien dijera el teólogo Kendall Soulen, «Al elegir ser el Dios de Israel, Dios ha ligado el nombre de Dios al mundo de tal manera que no puede disolverse fácilmente. En la memorable frase de Wyschogrod, Israel «es el ancla carnal que Dios ha hundido en el suelo de la creación.»» (énfasis mío)[2]
Por eso Pablo declaró, «¿O es Dios el Dios de los Judíos solamente? ¿No es también el Dios de los Gentiles? Sí, también de los Gentiles, porque en verdad Dios es uno…» (Rom. 3:29-30). Es decir, por virtud de la Shemá—»Escucha, oh Israel, Yahweh es nuestro Dios (Dios de Israel), Yahweh uno es» (Deut. 6:4)—el Dios de Israel es el único digno de lealtad y confianza, y por tanto aquel a quien finalmente habríamos de volvernos las naciones (Deut. 32:43; Isa. 45:20-23; Eze. 36:22-25; Sal. 22:27; Zac. 14:9).
En el día final, tanto los cielos y la tierra como todas las naciones seremos convocados para dar gloria al Dios de Israel por su salvación y amor-leal para con su pueblo escogido,
«Griten de júbilo, cielos, porque Yahweh lo ha hecho. Griten de alegría, profundidades de la tierra (al ser transformados en una nueva creación. Prorrumpan, montes, en gritos de júbilo, Y el bosque, y todo árbol que en él hay, Porque Yahweh ha redimido a Jacob Y ha mostrado Su gloria en Israel.» (Isa. 44.23)
«Alaben a Yahweh, naciones todas; Alábenle, pueblos todos. Porque grande es Su amor-leal para con nosotros (el remanente de Israel), Y la fidelidad de Yahweh es eterna. ¡Aleluya!» (Salmo 117)
Tomando esto en cuenta podemos apreciar mejor las palabras del rey David. Al establecer a la dinastía de David por medio del pacto, actuando así fielmente para con la casa de Israel, Yahweh magnificaría su unicidad y engrandecería su nombre.
«Oh Señor Yahweh, por eso Tú eres grande; pues no hay nadie como Tú, ni hay Dios fuera de Ti, conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos (Heb. shamanu).» (Haciendo eco de la singularidad de Dios enfatizada por la Shemá. «Hemos oído…», «no hay Dios fuera de Ti…») (2 Sam. 7:22)
Consecuentemente, la incomparabilidad de Yahweh establece la pauta para la incomparabilidad de Israel como el pueblo que ha escogido ‘para siempre’.
«¿Y qué otra nación en la tierra es como Tu pueblo Israel, al cual viniste a redimir para Ti como pueblo, a fin de darte un nombre, y hacer grandes cosas a su favor y cosas portentosas para Tu tierra, ante Tu pueblo que rescataste para Ti de Egipto, de naciones y de sus dioses? Pues Tú has establecido para Ti a Tu pueblo Israel como pueblo Tuyo para siempre, y Tú, Yahweh, has venido a ser su Dios.» (2 Sam. 7:23-24)
Una instrucción (¡evangelio!) para la humanidad: «Y esta es la ley de los hombres»
Al comienzo de su oración en respuesta a las palabras de Dios por medio de Natán el profeta, David declaró que el pacto y la promesa que había recibido constituían una instrucción dirigida a toda la humanidad. Aunque la frase torat haadam ha sido traducida de diversas maneras incluyendo, «ley de los hombres» (NBLH), «plan para con los hombres» (NVI), «es así como procede el hombre» (RVR), y «una ley humana» (BLPH), varios estudiosos afirman que el sentido de la misma comunica más bien la idea de un edicto o cédula que debía ser promulgado a todos los hombres. Esto se debe a que la palabra torá significa «instrucción legal» o «edicto» de carácter pactista, mientras que adam es utilizada para referirse a la raza humana en su totalidad.
Walter Kaiser, un teólogo y académico evangélico, comenta al respecto de la siguiente manera,
«Las implicaciones de que esto sea un edicto para toda la humanidad son claras: lo que David recibió debía ser comunicado a todo el mundo, incluyendo a todos los gentiles y naciones de la tierra. Este es un refuerzo adicional del tema acerca del evangelio anunciado en Génesis 12:3, que en la simiente de Abraham serían benditas todas las naciones de la tierra. En lugar de ver los dones que Dios justo le había conferido de manera egoísta, David los ve misiológicamente. El «edicto para la humanidad» es nada menos que el plan de Dios para toda la raza humana. Toda la humanidad puede beneficiarse de lo que se le acababa de decir acerca de su casa/dinastía, reino y trono.»[3]
Ese edicto o instrucción divina tenía sus raíces en la Torá o Ley Moisés donde ya se vislumbraba que «El cetro no se [apartaría] de Judá, ni la vara de gobernante de entre sus pies, hasta que venga Siloh, y a él sea dada la obediencia de los pueblos» (Gen. 49:10). Y como era de esperarse, el edicto se convirtió en el corazón mismo de la esperanza de Israel, reflejándose en los oráculos de sus profetas quienes más allá del exilio de la nación anunciaron la restauración del trono y la dinastía de David por medio de la venida del Mesías.
Isaías comprendió que el «tronco de Isaí» retoñaría (11:1) y un Hijo de David nacería que se sentaría «sobre el trono de David y sobre su reino», «para siempre» (9:6-7); y a Él «acudirían las naciones» (11:10). Isaías también vio por el Espíritu de profecía que como «el brazo de Yahweh» (53:1), el Mesías sufriría severamente al recaer «sobre él la iniquidad» de Israel, siendo «herido por [sus] transgresiones» e «iniquidades» (53:5).
A Jeremías se le mostró que «en aquellos días y en aquel tiempo» «brotaría de David un Renuevo justo» que haría «juicio y justicia en la tierra», ya que nunca le faltaría a David «quien se siente sobre el trono de la casa de Israel», porque «si ustedes pudieran romper Mi pacto con el día y Mi pacto con la noche, de modo que el día y la noche no vinieran a su tiempo, entonces también se podría romper Mi pacto con Mi siervo David» (33:15, 17, 20-21; 23:5-6). De esto también dieron testimonio el resto de los profetas (ver Eze. 34:23-24; 37:24-25; Ose. 3:5; Amós 9:11-12, et al).
Conforme a esas promesas vino Jesús como el ‘Hijo de David’: «Libro de la genealogía de Jesús el Mesías, hijo de David, hijo de Abraham.» (Mateo 1:1)
Su identidad Davídica como el Mesías se hizo evidente a lo largo de su vida y ministerio, y finalmente en su crucifixión y resurrección, haciendo evidente la centralidad y suprema importancia de esa trayectoria pactista. Gabriel, el mensajero celestial enviado desde el concejo divino, anunció que María concebiría y daría a luz «un hijo» por el poder del Espíritu de Dios, quien sería «llamado Hijo del Altísimo» (ver 2 Sam. 7:14), y a quien se le daría «el trono de su padre David» para que reinase «sobre la casa de Jacob para siempre» (Luc. 1:31-33, 35).
Posteriormente, en relación a las señales y maravillas que confirmaron su identidad mesiánica, Jesús fue invocado por muchos como el «Hijo de David» (ver Mat. 9:27; 12:23; 15:22; 20:30-31; 21:9, 15). Y aún en su humillación y muerte, irónicamente la acusación escrita sobre la cruz aludía directamente a su linaje real procedente de la descendencia de David: «JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS» (Juan 19:19).
Esta discusión acerca de la continuación de la narrativa de los pactos nos lleva entonces a considerar la petición particular de David al concluir su oración pidiéndole a Dios, «confirma para siempre la palabra que has hablado acerca de Tu siervo y acerca de su casa, y haz según has hablado» (2 Sam. 7:25).
La confirmación del pacto: «Confirma para siempre la palabra que has hablado»
Lo que algunos han considerado como una «intensificación del pacto» y de la «presencia de Dios en Israel», tomó lugar cuando el Dios de Israel se encarnó no meramente en la persona de cualquier hombre, ni aún más en la persona de cualquier israelita, sino en la persona de un descendiente directo del rey David. Indudablemente la encarnación—ratificada con el sello de la resurrección—se constituye en primicias de la promesa a David en la que Dios le aseguró que le ‘edificaría una casa’ (2 Sam. 7:11).
Habiéndose ya escogido «el rey» (ver Deut. 17:14-20) y «el lugar» (Jerusalén) donde Yahweh haría habitar su Nombre (ver Deut. 12:5; 14:23; 15:20; 16:2), David tuvo entonces el deseo de edificarle una casa o templo a su Dios (2 Sam. 7:2-5). La respuesta divina no sólo contuvo la iniciativa del rey sino que asumió la prerrogativa en cuanto a quién le edificaría una casa a quién (ver Isa. 66:1). Al ungir al «descendiente» de David (v. 12) como su Rey «sobre Sion» (Sal. 2:6), sería Dios mismo quien edificaría una morada hecha de «piedras vivas» (1 Ped. 2:5). El Mesías mismo sería establecido como la «piedra angular» (ver Isa. 28:16; Zac. 10:4; Sal. 118:22; Mat. 21:42; Hch. 4:11; Efe. 2:20; 1 Ped. 2:6-7) que sostendría un santuario «no hecho con manos» (Heb. 9:11).
Jesús parece haberlo entendido de esa manera al asegurarle a los líderes de Israel que si «destruían este templo… en tres días lo levantaría» (Juan 2:19). Pero por supuesto, «el hablaba del templo de su cuerpo» (v. 21). De esa manera, la resurrección del Mesías sería el elemento fundamental relacionado a la ‘confirmación’ del pacto.
La promesa había anunciado que el descendiente sería ‘levantado’ después de la muerte de David (v. 12) y que ‘el trono de su reino’ sería establecido ‘para siempre’ (v. 13). Al notar que fue antes de morir que David nombró a su hijo Salomón como heredero de su trono y que pidió que fuera ungido como rey (1 Rey. 1-2)—junto con el hecho de que el reino de Salomón no duró ‘para siempre’—podemos concluir que el hijo de Betsabé (1 Rey. 2:13) no fue en última instancia ese descendiente de David. David mismo lo percibió de esta manera al afirmar que el oráculo se refería al «futuro lejano» (v. 19). De manera implícita y con carácter poético-profético, el texto dirige al lector u oyente a vislumbrar una muerte y levantamiento (¡¿resurrección?!) de la Simiente Davídica.
Continuando con la tradición de los profetas, los apóstoles articularon la revelación del misterio del Mesías en términos de su muerte y resurrección siendo una anticipación y confirmación de la esperanza de Israel (Hch. 28:20) conforme a las promesas a los padres.
““Hombres de Israel, escuchen estas palabras: Jesús el Nazareno, varón confirmado por Dios entre ustedes con milagros, prodigios y señales que Dios hizo en medio de ustedes a través de El, tal como ustedes mismos saben. “Este fue entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, y ustedes Lo clavaron en una cruz por manos de impíos y Lo mataron. “Pero Dios Lo resucitó, poniendo fin a la agonía de la muerte, puesto que no era posible que El quedara bajo el dominio de ella. “Porque David dice de El: ‘Veía siempre al Señor en mi presencia; pues esta a mi diestra para que yo no sea sacudido. Por lo cual mi corazón se alegro y mi lengua se regocijo; y aun hasta mi carne descansara en esperanza; pues Tu no abandonaras mi alma en el Hades, ni permitirás que Tu Santo vea corrupción. Me has hecho conocer los caminos de la vida; me llenaras de gozo con Tu presencia.’ “Hermanos, del patriarca David les puedo decir con franqueza que murió y fue sepultado, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. “Pero siendo profeta, y sabiendo que Dios le había jurado sentar a uno de sus descendientes en su trono, miró hacia el futuro y habló de la resurrección del Mesías, que ni fue abandonado en el Hades, ni Su carne sufrió corrupción. “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen. “Porque David no ascendió a los cielos, pero él mismo dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies.” ’ “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios Lo ha hecho Señor y Mesías.”” (Hch. 2:22–36)
““Cuando lo quitó, les levantó por rey a David, del cual Dios también testificó y dijo: ‘He hallado a David, hijo de Isaí, un hombre conforme a Mi corazón, que hará toda Mi voluntad.’ “De la descendencia de éste, conforme a la promesa, Dios ha dado a Israel un Salvador, Jesús,” […] ““Nosotros les anunciamos las buenas nuevas de que la promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido a nuestros hijos al resucitar a Jesús, como también está escrito en el Salmo segundo: ‘Hijo Mío eres Tu; Yo Te he engendrado hoy.’ “Y en cuanto a que Lo resucitó de entre los muertos para nunca más volver a corrupción, Dios ha hablado de esta manera: ‘Les daré las misericordias santas y fieles prometidas a David.’ “Por tanto dice también en otro salmo: ‘No permitirás que Tu Santo vea corrupción.’ “Porque David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió, y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción. “Pero Aquél a quien Dios resucitó no vio corrupción.” (Hch. 13:22-23, 32–37)
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que El ya había prometido por medio de Sus profetas en las Sagradas Escrituras. Es el mensaje acerca de Su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne, y que fue declarado Hijo de Dios con un acto de poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos: nuestro Señor Jesucristo.” (Rom. 1:1–4)
“Pues les digo que Cristo se hizo servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres,” (Rom. 15:8)
“Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, conforme a mi evangelio, por el cual sufro penalidades, hasta el encarcelamiento como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor a los escogidos, para que también ellos obtengan la salvación que está en Cristo Jesús, y con ella gloria eterna.” (2 Tim. 2:8–10)
Y como David anticipó en su oración, quienes han ‘esperado’ pacientemente por la Simiente Mesiánica serían «para alabanza de su gloria» (Efe. 1:12), y finalmente nosotros los gentiles glorificaríamos al Dios de Israel por su amor-leal para con su pueblo escogido (ver Rom. 15:9).
[1] Bauckham, Richard, “Monoteísmo y Cristología en el Nuevo Testamento”, pp. 20-21, Clie, 2003.
[2] Soulen, Kendall R., “The God of Israel and Christian Theology”, p. 7, Fortress Press, 1996.
[3] Kaiser, Walter C., “The Messiah in the Old Testament”, pp. 80-81, Zondervan, 1995.

Henry Bruno
Coordinador y maestro