La Encarnación como una intensificación del pacto
La doctrina de la encarnación es una de las realidades teológicas más centrales y poderosas que fundamenta nuestro entendimiento de la misión de la iglesia en la actualidad (aunque hay muchas diferencias acerca de su verdadera aplicación aún dentro de círculos evangélicos). Como la iglesia, naturalmente deseamos adoptar un modelo de misiones que tenga correlación con la misión de Cristo mismo en su primera venida… porque «como el Padre Me ha enviado, así también Yo los envío.» ¡Es bueno que tengamos esta ambición, ya que deseamos representar correctamente tanto al Señor como a Su evangelio en el mundo hoy en día! ¡La vida y ministerio de Cristo son el modelo más alto para la práctica de la iglesia, así que continuemos buscando Su ejemplo en las misiones mundiales!
Habiendo dicho eso, debemos reconocer que en la actualidad la doctrina de la encarnación, como es discutida comúnmente en el contexto de las «misiones mundiales» y otros círculos misioneros, es casi totalmente contemplada dentro de un «paradigma supersesionista» (teología de reemplazo), sin tener en cuenta la continua elección y llamado de Israel. La encarnación del eterno Hijo de Dios ha sido considerada fuera de su contexto bíblico de pactos y promesas hechas a un pueblo específico y escogido quienes son descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, y quienes han sido llamados a ser una «bendición a todas las familias de la tierra.» Verdaderamente, esta es la esperanza del evangelio tal y como fue proclamado por el apóstol Pablo (ver Hch. 28:20; Rom. 11:12, 15).
Al tomar en cuenta la doctrina de la encarnación del Hijo de Dios como siendo eternamente en carne judía (conforme al testimonio de la Escritura), como el «hijo de Abraham» y el «hijo de David» concerniente al pacto eterno (ver Mat. 1:1; Rom. 1:3), no podemos verla como un tipo de «validación» de todas las culturas humanas, sino más bien como una confirmación, afirmación y establecimiento eterno de las promesas de Dios hechas a Israel (ver Hch. 13:32-33; Rom. 15:8). Dios se ha encarnado a fin de afirmar la certeza de las promesas futuras garantizadas a Israel. ¡Dios no estaría cumpliendo Su pacto si El mismo no se convirtiera en el pueblo del pacto, un judío descendiente de Abraham y David! ¡La encarnación habla de la fidelidad de Dios para cumplir Sus promesas hechas a este pueblo (Israel) que luego se convertirá en una bendición escatológica y culminante para todas las naciones y pueblos (ver Isa. 2; Miq. 4)!
La encarnación debe ser vista como una intensificación del compromiso de Dios en cuanto a la elección de Israel. ¡Dios no sólo está en medio de Israel sino que se convierte en Israel! Se nos ha olvidado que Jesús nuestro Señor es judío para siempre. No sólo en su primera venida y no sólo durante el reino milenario sino para siempre como una bendición para todas las naciones.
¿Qué significa la encarnación para las naciones y las misiones mundiales? Significa que las naciones deben tornarse a «la esperanza de Israel» (ver Hch. 28:20). Como dijo Pablo en Romanos 11:12 y 15, «Y si su transgresión (la de Israel) es riqueza para el mundo, y su fracaso es riqueza para los Gentiles, ¡cuánto más será su plenitud! […] Porque si el excluirlos a ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?»
Pues les digo que Cristo se hizo servidor de la circuncisión (los judíos) para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y para que los Gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia, como está escrito: «Por tanto, te confesaré entre los gentiles, y a tu nombre cantaré.» (Rom. 15:8-9)
Jacob Stone
Autor