Siete lámparas de fuego ardiendo: El Espíritu de profecía y la proclamación del evangelio
PREPARACIÓN Y PERSEVERANCIA EN EL FIN DEL SIGLO
La predicación del evangelio y la edificación de la iglesia en preparación para la venida del Día del Señor dependen totalmente de la obra y el poder de la Cabeza del Cuerpo—Jesús—por medio del don del Espíritu Santo. De seguro eso no es algo nuevo para muchos de ustedes. Lo que quizás sea nuevo para algunos es la idea de que todo está relacionado a la venida del Señor para establecer su reino en la tierra en su Día.
La severidad del sufrimiento y la tribulación que indudablemente precederán su venida (ver Mat. 24:29-30; Hch. 14:22) será tal que sólo el Espíritu de Dios podrá sostener a los creyentes para perseverar hasta el fin. Y así será, ciertamente el Hijo del Hombre hallará “fe-fidelidad” entre sus discípulos en la tierra cuando venga (ver Luc. 18:1-8).
Estamos convencidos de que por el poder sostenedor que nos será dado en respuesta a la oración ferviente seremos capaces de no cargarnos con vicios, embriaguez y las preocupaciones de esta vida para que “ese Día” NO venga repentinamente sobre nosotros como una trampa, sino que perseveremos ante todas las cosas que están por suceder y podamos estar en pie delante del Hijo del Hombre (ver Luc. 21:34-36).
Así que no teman “rebaño pequeño, porque su Padre ha decidido darles el reino” cuando su Hijo “venga” en ese Día. Por eso les digo que “estén siempre preparados y mantengan las lámparas encendidas, y sean semejantes a hombres que esperan a su señor”, “benditos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad les digo que se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá. Y ya sea que venga en la segunda vigilia, o aun en la tercera, y los halla así, benditos son aquellos siervos. Ustedes pueden estar seguros de que si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora iba a venir el ladrón, no hubiera permitido que entrara en su casa. También ustedes estén preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no esperan” (ver Luc. 12:22-40).
LA REVELACIÓN, EL CORDERO Y EL ESPÍRITU DE PROFECÍA
Durante una época de intensa persecución y prueba, cuando reyes e imperios se exaltaban a manera de dioses y poderes absolutos, cuando las riquezas abundaban y su engaño seducía, cuando el impío prevalecía y el justo por su lealtad a Dios sufría, durante una época así el Dios de los cielos le concedió una gloriosa revelación a su pueblo con el propósito de proveerles una perspectiva verdadera y divina de lo que ocurría—y ocurriría—fortaleciendo sus corazones para perseverar aún hasta la muerte.
El famoso libro de Apocalipsis—mejor descrito como una carta circular para congregaciones específicas de Asia Menor (Turquía occidental en la actualidad)—fue y es más que nada una extraordinaria expresión del cuidado pastoral del Gran Pastor de las ovejas. Al hacerlo, el Señor eleva el corazón del discípulo a la corte celestial “en el Espíritu” (Apo. 1:10).
Al ser elevado a una posición de verdadera perspectiva y entendimiento nos encontramos con “el Cordero inmolado” (Apo. 5:6) a quien se le concede el honor y derecho de dar inicio al Día del Señor. De esa manera, quien fuese “llevado al matadero, como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda” (Isa. 53:7), ese manso Cordero se convierte en la amenaza aterradora para los reinos de los hombres que aparentan ser imponentes como fieras bestias. “Porque… la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor. 1:25).
Luego se nos muestra que el Cordero tiene “siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Apo. 5:6). Sin necesidad de confusión acerca de las imágenes simbólicas, intérpretes bíblicos han demostrado que se trata del Espíritu del Mesías por cuyo poder (cuernos) y sabiduría o conocimiento (ojos) se realiza por toda la tierra la proclamación profética del evangelio del Reino del Mesías ante la urgencia de la venida del gran Día.
Ese mismo Espíritu se manifiesta en la corte celestial como “siete lámparas de fuego ardiendo” (Apo. 4:5) que comparecen en el concejo divino para desde ahí comisionar la proclamación profética del evangelio por medio de congregaciones que se desempeñan como comunidades proféticas que correspondientemente arden como “candelabros” (Apo. 1:20). Es decir, la presencia, poder y sabiduría del Espíritu del Mesías son manifestados por medio de la iglesia.
De esa manera, la Cabeza del Cuerpo lleva a cabo un testimonio fiel de su evangelio aún en los confines de la tierra, en el fin de los siglos. Porque “el testimonio de Jesús”—la predicación de su evangelio—es realizado por medio del “Espíritu de profecía” (Apo. 19:10).
En la tradición judía temprana el Espíritu Santo tenía un rol muy claro. El Espíritu Santo era el agente dado por Dios por el cual dirigiría a la congregación. Eso se refleja en el hecho de que el Espíritu reposó sobre Moisés (Num. 11:17), sobre los jueces de Israel (Jue. 3:10), y más adelante sobre David (Sal. 51:11) para que dirigieran a la congregación. También se podría decir que el Espíritu le fue dado a los profetas para realizar la obra de un profeta. El vínculo entre el Espíritu Santo y el profeta era tan concreto en la mente de los judíos que la literatura judía temprana utiliza ‘Espíritu Santo’ y ‘Espíritu de profecía’ como sinónimos.
La proclamación y el testimonio fiel realizado por Jesús es inspirado y sostenido por el mismo Espíritu que inspiró a Moisés y a los profetas, el Espíritu de Yahweh.
Isaías 11.1–2 1 Entonces un retoño brotará del tronco de Isaí, Y un vástago dará fruto de sus raíces. 2 Y reposará sobre Él el Espíritu del SEÑOR, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del SEÑOR.
Hechos 3.22–23 22 “Moisés dijo: ‘EL SEÑOR DIOS LES LEVANTARA A USTEDES UN PROFETA COMO YO DE ENTRE SUS HERMANOS; A EL PRESTARAN ATENCION en todo cuanto les diga (Deut. 18:15). 23 ‘Y sucederá que todo el que no preste atención a aquel profeta, será totalmente destruido de entre el pueblo.’ […]
El Espíritu era dado tanto para instruir a los profetas como para fortalecerlos a fin de que proclamaran el mensaje de Dios. La fortaleza de parte de Dios era vital para el llamado profético ya que el mensaje de los profetas no sólo era contrario al de los consejeros y falsos profetas más populares, sino debido a que el mensaje también enfatizaba la culpabilidad de la nación ante Dios y los llamaba al arrepentimiento ante la venida de un juicio final.
No hay otro escenario en el que se nos comuniquen las historias de los profetas. Los profetas aparecían mayormente en un escenario de idolatría rampante e injusticia con cada escena concluyendo de manera similar – la marginación, persecución y comúnmente el martirio del profeta. Que tal respuesta era anticipada es evidente por la renuencia de los profetas cuando eran comisionados por Dios para llevar Su mensaje.
La vida y misión de Jesús es presentada dentro de esta misma tradición y es definida por medio del mismo paradigma. Su ministerio comenzó al recibir públicamente el Espíritu Santo, lo cual habría sido entendido de manera muy clara por quienes presenciaron Su bautismo—El era un Profeta de Dios. También apareció en el mismo escenario que los profetas antes que él, con un mensaje de
confrontación cultural, llamando a la nación al arrepentimiento, siendo entonces rechazado, y finalmente asesinado.
Jesús también animó a Sus discípulos a verse a sí mismos dentro de esta misma tradición profética. Les esperaba una vida de dificultades y rechazo, tal como lo fue para los profetas antes que ellos.
Mateo 5.10–12 10 “Benditos aquéllos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. 11 “Benditos serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí. 12 “Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes.
Juan 15.18–20 18 “Si el mundo los odia, sepan que Me ha odiado a Mí antes que a ustedes. 19 “Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia. 20 “Acuérdense de la palabra que Yo les dije: ‘Un siervo no es mayor que su señor.’ Si Me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes; si guardaron Mi palabra, también guardarán la de ustedes.
Hechos 9.4–5 4 Al caer a tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?” 5 “¿Quién eres, Señor?” preguntó Saulo. El Señor respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues;
Basándose en las tradiciones proféticas de Jeremías y Ezequiel, Jesús también les dio a entender que habrían falsos profetas (Mat. 24:10s). Los falsos profetas aparecieron como ovejas pero por dentro eran lobos rapaces (Mat. 7:15). Este fue el contexto implícito de su propio llamado. Fueron enviados como ovejas – como los profetas antes que ellos – en medio de una cultura de lobos – es decir, de falsos profetas (Mat. 10:15).
Ellos también, después de haber sido enviados como apóstoles (Luc. 6:12), fueron advertidos por Jesús de que debían guardar la pureza de su propio testimonio de señales externas que fueran la marca distintiva de los falsos profetas.
Lucas 6.26 Volviendo su vista hacia Sus discípulos, decía… ¡Ay de ustedes, cuando todos los hombres hablen bien de ustedes! Porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas.
Ese modelo de vida marcado por la controversia, la marginación, la persecución y el martirio, llegó a definir las vidas de Juan el Bautista, Jesús, Esteban, Pablo y los otros apóstoles. Era el ‘estilo de vida’ apostólico (1 Cor. 4:17) – no sólo porque fue la forma en que vivieron los apóstoles, sino porque fue el estilo de vida que modelaron.
Pablo insta y advierte a los Corintios en contra de un estilo de vida inapropiado. Las cosas que distinguieron a Pablo como un profeta-apóstol enviado por Dios no fueron simplemente marcas de su apostolado, sino más bien un modelo de vida que debía ser imitado.
1 Corintios 4:9-16 9 Porque pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles en último lugar, como a sentenciados a muerte. […] 10 Nosotros somos necios por amor de Cristo, […] Nosotros somos débiles […] sin honra. 11 Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, andamos mal vestidos, somos maltratados y no tenemos dónde vivir. 12 Nos agotamos trabajando con nuestras propias manos. Cuando nos insultan, bendecimos. Cuando somos perseguidos, lo soportamos. 13 Cuando hablan mal de nosotros, tratamos de reconciliar. Hemos llegado a ser, hasta ahora, la basura del mundo, el desecho de todo. 14 No les escribo esto para avergonzarlos, sino para amonestarlos como a hijos míos amados. 15 Porque aunque ustedes tengan innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tienen muchos padres; pues en Cristo Jesús yo los engendré por medio del evangelio. 16 Por tanto, los exhorto: sean imitadores míos.
De igual forma, Pablo le aseguró a la congregación que sufría en Tesalónica que habían sido ‘destinados para esas cosas’ (1 Tes. 3:3s) como fieles administradores del testimonio de Dios (1 Tes. 1:8s). Pedro también le aseguró a la congregación de la diáspora que no debían ver el sufrimiento ni las pruebas como algo extraño (1 Ped. 4:12).
El autor de Hebreos enfatiza el mismo patrón de vida que definió la vida de los profetas y patriarcas como una ‘nube de testigos’. (Tenga en cuenta que un ‘testigo’ bíblico no es uno que observa, sino uno que testifica acerca de algo – es decir, el Evangelio. Por lo tanto, nos están dando testimonio por ejemplo de su perseverancia, no observándonos. Ver Heb. 11:4) Las vidas de los hombres que fueron ‘apedreados’, ‘aserrados en dos’, ‘condenados a muerte’, etc… se han convertido para nosotros en una nube o asamblea de testigos acerca del camino hacia la vida eterna.
Nadie soporta tales cosas a base de su propia virtud inherente, sino porque tiene una esperanza en Dios que ha demostrado ser inquebrantable a lo largo de muchas pruebas. Tal es el camino de todos los profetas, y de todos los que heredarán la vida eterna – sufrimiento antes de la gloria.
Los sufrimientos de la época actual no son dignos de ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros en la resurrección de entre los muertos (Rom. 8:18, 23). La seguridad de que la vida eterna les espera a aquellos que son conformados a la imagen de Cristo en su muerte (Fil. 3:10s) es la obra que el Espíritu realiza en nosotros.
Al igual que los profetas antes que nosotros, el dar testimonio de la verdad nos establece en un patrón de vida que demuestra y comprueba nuestra esperanza en Dios. El avergonzarnos del testimonio de Dios es seguir la tradición de los falsos profetas – amando este presente siglo, buscando una vida de comodidad, rodeados de la admiración de los hombres (ver 2 Tim. 1:8-18). Busquemos mejores cosas. Como le fue dicho a un buen amigo mío, ‘“Sólo se vive una vez”, dicen ellos. Están totalmente equivocados. Viviremos de nuevo.’
Apocalipsis 12.11 11 “Ellos lo vencieron (al Diablo) por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte.
LA MANIFESTACIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA Y LA PERSEVERANCIA EN EL TESTIMONIO
En su misericordia y sabiduría el Señor ha provisto de un medio muy simple y práctico para la edificación de los creyentes en pos de esa fiel proclamación del mensaje: la congregación.
Las iglesias no deberían funcionar como clubes sociales o religiosos donde somos entretenidos cada domingo para que no nos aburramos en nuestra “vida espiritual”. Tampoco existen como un club de fans donde escuchemos a nuestra banda de alabanza favorita o admiremos al pastor celebridad con más seguidores en Facebook.
NO! Las iglesias deben funcionar como asambleas de discípulos fieles a su Señor y Maestro que se reúnen continuamente para edificarse mutuamente por el Espíritu, a fin de que juntos “fortalezcamos las manos débiles y las rodillas que flaquean, y hagamos sendas derechas para nuestros pies, para que la pierna coja no se disloque, sino que se sane” (Heb. 12:12-13).
Es en el contexto de esas asambleas que recibimos “la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor. 12:7). La meta es que por el Espíritu del Señor podamos mantenernos fieles a la solemne confesión de que “Jesús es el Señor”, y no el César (1 Cor. 12:3). Habiendo abandonado la idolatría al escuchar el evangelio con poder, y habiendo prometido lealtad a Jesús como su Señor por ese mismo poder del Espíritu, al ser puestos a prueba con la amenaza de prisión o martirio si no confesaban al emperador romano como señor divino, los Corintios sólo serían sostenidos en esa lealtad “por el Espíritu Santo”.
La diversidad de los dones, ministraciones y manifestaciones del Espíritu siempre estarán dirigidas al fortalecimiento de los santos para que sean afirmados en la verdad del evangelio, el conocimiento de Dios y sus caminos, y la fidelidad a El.
Por la ‘palabra de sabiduría y conocimiento’ se articula con precisión el misterio del evangelio con; el Espíritu también imparte convicción al corazón para que ‘confíe’ y permanezca ‘fiel’ a Dios a pesar de la circunstancia; a otros se les conceden ‘dones de sanidad’ y ‘poder de milagros’ para testificar de la resurrección de los muertos y de la supremacía de Dios que se manifestará en ese Día; otros reciben profecías que exhortan al pueblo a la obediencia y anticipan lo que está por venir, mientras disciernen lo falso de lo verdadero, lo que alerta acerca de la batalla en el Día del Señor versus lo que anuncia ‘paz, paz’ cuando no habrá paz; finalmente a otros se les dan lenguas e interpretación que demuestran la certeza del Día cuando el Señor será Rey sobre toda lengua y nación, donde sólo su Nombre será invocado por todas las naciones.
Es hora de que recuperemos lo que fue el don del Espíritu para los discípulos en el primer siglo: el testimonio fiel del evangelio que anuncia la venida del Reino de Dios en el Día del Señor.

Henry Bruno
Coordinador y maestro