Conociendo las Escrituras – Parte 1
Instrucción e imitación
La meta principal de todo buen discípulo es “llegar a ser como su maestro” (Mat. 10:25; ver Juan 13:15). Para lograrlo es necesario no sólo escuchar y comprender correctamente su enseñanza sino responder a ella de todo corazón a fin de conformarnos a su ejemplo. Por eso al comisionar a sus apóstoles en pos de una misión a nosotros los gentiles, Jesús les mandó no sólo a que nos bautizaran para el lavamiento de los pecados sino también a que nos enseñaran “a guardar (obedecer) todo lo que les había mandado” (Mat. 28:19-20). En consecuencia, seríamos formados conforme a la imagen y ejemplo del Maestro (Gal. 4:19; 1 Ped. 2:21).
Por esa razón buscamos diligentemente dedicarnos a “las enseñanzas de los apóstoles” (Hch. 2:42), a quienes se les confiaron “los misterios de Dios” como fieles “administradores” (1 Cor. 4:1). Un deseo ardiente por aprender “el camino de Dios” (Mat. 22:16) revelado en las Escrituras debería llenar el corazón de quienes se consideran sus seguidores, tanto judíos como gentiles. Por eso hemos asumido correctamente que una devoción sincera a la Biblia expresada por medio de su lectura (o audición), meditación y estudio es el medio principal para recibir «la enseñanza del Mesías» (2 Juan 9) y responder a ella apropiadamente (ver Luc. 6:46-49).
Relacionándonos a textos judíos de la antigüedad
Sin embargo, ¿cómo nos relacionamos a una compilación de textos sagrados de miles de años de antigüedad dirigidos a una audiencia que ya no existe, en idiomas absolutamente distintos al nuestro, y escritos en el contexto socio-cultural de un mundo completamente diferente al nuestro? Permítanme ilustrarlo de la siguiente manera: Desea cultivar una íntima amistad con una persona de un país muy distante cuyos paradigmas culturales provienen de una época inmensamente remota, y quien habla una lengua extraña por lo cual no puede comprenderle sin la ayuda de un intérprete.
Para hacerlo aún más drástico, a fin de poder cultivar esa amistad en la actualidad, la persona ha sido transportada en el tiempo desde una civilización muy antigua a la suya en la posmodernidad. La persona se halla entonces confundida, y aún teniendo al intérprete casi no puede comunicarse con usted.
Como alguien que ha vivido en el extranjero, en medio de pueblos que hablan un idioma absolutamente distinto al mío y con valores culturales extremadamente diferentes, tengo una noción bastante vívida de lo que implica lo que acabo de ilustrar.
Eso es exactamente lo que ocurre cuando buscamos relacionarnos a la Biblia. Aunque ésta fue escrita aún para nosotros, no nos fue dirigida a nosotros. Por eso se escribió originalmente en hebreo, arameo y griego—no en español—que eran los idiomas de grupos y comunidades que existieron dos mil, tres mil y hasta cuatro mil años atrás. Estos escritos surgieron en el contexto cultural del antiguo cercano oriente [1] (Antiguo Testamento), y más adelante durante el periodo del segundo templo [2] en un entorno socio-cultural grecorromano [3] (Nuevo Testamento). Es por eso que buscamos la ayuda de lingüistas y eruditos bíblicos que se han dedicado a estudiar los idiomas originales y el contexto cultural dentro del cual surgieron las Escrituras. ¡Si posee una traducción de la Biblia al español dele gracias a Dios con todo su corazón por tan precioso don!
¿Pero cuál teología es la correcta?
Por otro lado, en adición a la brecha lingüística, histórica y cultural, nos topamos con otro gran reto: la amplia gama de teologías y tradiciones interpretativas que han surgido particularmente a partir del cambio constantiniano.[4] Para nosotros en la comunidad hispana, esas teologías y tradiciones comenzaron a llegarnos hace más de medio milenio por medio del catolicismo y el protestantismo respectivamente.
Dadas las circunstancias, es imperativo reconocer con humildad que culturalmente estamos sobre familiarizados con la Biblia pero no de la manera más precisa. En otras palabras, al tomar en cuenta los factores antes mencionados descubrimos que la tradición interpretativa que hemos heredado, sea católica o protestante (y esto incluye el enorme espectro de escuelas teológicas dentro de cada tradición), no corresponde en muchos aspectos al paradigma apostólico de los creyentes en el primer siglo.
La brecha lingüística, histórica y cultural se ha llenado de toda clase de ideas que en muchos casos no son fieles al testimonio de la Ley y los Profetas. Por lo tanto, a fin de conocer y responder adecuadamente a la verdad de las Escrituras debemos “recuperar la distancia como un camino a la intimidad” [5]. Recuperamos la distancia al reconocer que sí hay una distancia real, y también al reconocer que seguramente tenemos presuposiciones incorrectas acerca de la Biblia. Esta postura nos ayudaría a revaluar aquello que hemos asumido y así identificar ideas erróneas que deberíamos dejar atrás. Esto a su vez abriría el camino para hacernos verdaderamente íntimos con la Palabra de Dios.
Por ejemplo, como alguien que creció en la iglesia en el contexto de la tradición protestante, durante toda mi vida hasta la juventud asumí que la salvación era irnos al cielo para siempre y ahí adorar a Dios por toda la eternidad. Nunca imaginé que Dios tuviera algún interés en la tierra y mucho menos que su voluntad era resucitar mi cuerpo literalmente en la venida de Jesús. Por el contrario, siempre pensé que Dios de hecho aborrecía su creación y habría de destruirla. No fue sino hasta hace poco más de una década que descubrí que tales ideas eran absolutamente anti-bíblicas y que el plan de Dios era exactamente lo contrario. Mi “teología” estaba basada en una tradición incorrecta que tristemente se ha perpetuado en la mente de millones de personas. Este es sólo uno de muchísimos ejemplos. Les animo a que delante del Señor busquen reconsiderar muchas ideas que a simple vista parecen no encajar con las Escrituras. (Aquí podrán ver uno de nuestros recursos que trata detalladamente con este tema.)
Ahora bien, mi intención no es abrumarlos con una falsa impresión de que es imposible entender el mensaje de la Biblia sin tener años de estudio o preparación académica especializada. Tampoco pretendo dar la impresión de que en toda la historia nunca ha habido buena enseñanza. ¡En lo absoluto! Mas bien deseo provocar al pensamiento y llamarlos a una actitud (más que aptitud) de humildad hacia la Biblia, y particularmente hacia el pueblo protagónico que descubrimos en sus páginas, el pueblo de Israel. Es una actitud que considera su contexto de manera más completa con miras a evitar el anacronismo [6] interpretativo tan común en la actualidad.
Este llamado implica cultivar una vida más profunda de lectura y meditación bíblica en comunidad bajo el liderazgo de pastores y maestros dedicados al servicio de la Palabra, y sobretodo en el poder del Espíritu Santo que ilumina e instruye el corazón. Mi exhortación es a que nos convirtamos en amigos íntimos de la Biblia que confían en su mensaje, que se someten a su autoridad y que dan testimonio de su verdad.
En esta serie de artículos continuaré desarrollando el tema en torno a tres aspectos principales: (Parte2) Humildad, (Parte 3) Contexto, y (Parte 4) Sincronismo en lugar de anacronismo.
[1] “El Antiguo Oriente Próximo o Antiguo Oriente es el término utilizado para denominar las zonas de Asia-occidental y noreste de África donde las civilizaciones anteriores a la civilización clásica grecorromana, y que actualmente se denomina Oriente Próximo u Oriente Medio. […] Son los actuales países de Irak, parte de Irán, parte de Turquía, Siria, Líbano, Israel, los territorios palestinos, Jordania, Arabia y Egipto.” (Wikipedia)
[2] El periodo del segundo templo abarca desde el tiempo de la reconstrucción del templo de Jerusalén después del exilio (c. 515 a.C.) hasta el momento de su destrucción (70 a.C.). Los “judaísmos” que surgieron durante esa época—ya que no es posible hablar de una perspectiva y expectativa judía singular en ese tiempo—junto con la amplia cantidad de literatura escrita en ese periodo (especialmente los escritos apócrifos), presuponen el contexto socio-cultural dentro del cual surgieron los escritos apostólicos o el Nuevo Testamento. Algunos han dicho que si el Nuevo Testamento fuera un pez, el periodo del judaísmo del segundo templo sería la pecera donde nada. Lo mismo se podría decir de la Ley y los Profetas (el Antiguo Testamento) en relación al antiguo cercano oriente.
[3] El periodo grecorromano fue la época durante la cual vino Jesús, y dentro de la cual vivieron los apóstoles y la generación de creyentes del primer siglo, bajo el dominio del imperio romano. La misma estaba arraigada en los ideales helenistas/griegos que se propagaron por toda la región a partir del siglo 3 a.C. bajo la influencia de Alejandro Magno.
[4] Se le llama ‘el cambio constantiniano’ al momento histórico en el siglo 4to cuando el emperador romano Constantino estableció a lo que se denominó ‘cristianismo’ como el culto imperial oficial, convirtiendo a la iglesia en una entidad política y concediéndole a sus líderes un lugar de poder y primacía.
[5] David deSilva, en una conferencia en línea que puede verse aquí. (NOTA: La conferencia es en inglés.)
[6] «Error consistente en confundir épocas o situar algo fuera de su época.» (Diccionario Real Academia Española) Un ejemplo de anacronismo teológico es el caso común en la actualidad de pensar acerca de la doctrina apostólica en términos de Calvinismo o Arminianismo.

Henry Bruno
Coordinador y maestro