Conociendo las Escrituras – Parte 3

por Sep 9, 2016Artículos, Henry Bruno

Esta es la tercera parte de la serie de artículos Conociendo las Escrituras. En ella hablaremos de la inmensa importancia de considerar el contexto de la Biblia para entenderla y enseñarla correctamente. Aquí pueden ver la Parte 1 y Parte 2.

Contexto: Considerando las circunstancias, las características y la teología de la narrativa bíblica

Para crecer en nuestra confianza y conocimiento de las Escrituras es esencial tomar en cuenta su contexto. Como alguien dijo, para crear un pretexto sólo tenemos que tomar un texto y sacarlo de contexto. Al ignorar factores relacionados al contexto de la Biblia podemos llegar a conclusiones incorrectas acerca de su significado, e históricamente eso es lo que ha ocurrido en muchos casos.

La Escrituras no son una mera colección de lecciones, valores o principios bíblicos de entre los cuales podemos escoger uno que otro para aplicarlo a nuestra situación personal particular. Aunque la Biblia sí debe ser aplicada a nuestra vida de forma directa y personal, la manera correcta de hacerlo no es la que típicamente utilizamos. La Biblia es una narrativa profética basada en pactos, con un principio creacionista, un desarrollo cruciforme, y un clímax apocalíptico [1]. Su historia y sus pactos están centrados en una nación particular (Israel) llamada a administrar bendición al resto de las naciones (los gentiles).

Como gentiles y descendientes de Adán somos parte indirecta de esa narrativa y nos corresponde escuchar y responder a su mensaje, pero la narrativa no es directamente acerca de nosotros ni individual ni colectivamente. Y el que sea o no acerca de nosotros personalmente no es lo que determina que sea relevante para nuestra vida. Nuestra existencia temporal y pasajera—aparte de la vida eterna—en contraste con las implicaciones eternas y cósmicas del mensaje de la Biblia, debería hacernos reflexionar al respecto.

“Una voz dijo: “Clama.” Entonces él respondió: “¿Qué he de clamar?” Que toda carne es como la hierba, y todo su esplendor es como la flor del campo. Se seca la hierba, se marchita la flor Cuando el aliento del Señor sopla sobre ella; En verdad el pueblo es hierba. Se seca la hierba, se marchita la flor, Pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.” (Isa. 40:6–8)

Al tomar en cuenta el contexto de la Biblia no sólo honramos su mensaje y a Aquel que lo inspiró sino que también inclinamos nuestro corazón al entendimiento y a la sana interpretación. Por eso, en esta tercera parte de esta serie de artículos hablaremos en general de tres cosas principales que constituyen el contexto de la Biblia: (1) Su entorno histórico-cultural, (2) Sus características lingüísticas y literarias, y (3) el marco pactista [2] de su narrativa.

Pero antes de continuar primero definamos lo que es contexto. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la definición de contexto es el “Entorno lingüístico del que depende el sentido de una palabra, frase o fragmento determinados. […] Entorno físico o de situación, político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el que se considera un hecho.”

En su libro La Biblia en su contexto, Craig Keener demuestra cabalmente la importancia de considerar el contexto al interpretar las Escrituras:

“A algunos estudiantes les podrá parecer que principios como el del “contexto” son demasiado básicos, y quizás deseen saltarlos. Pero antes que lo hagan, les animo a que busquen muestras de ejemplos de contexto; muchos quedarán sorprendidos de cuántas canciones, sermones y dichos populares han tomado los textos fuera de su contexto. En otras palabras, una cosa es afirmar que creemos en el contexto, y otra muy diferente es practicar esa habilidad de manera coherente. […] El contexto es esencial porque esa fue la manera en que Dios inspiró la Biblia—no con versículos aislados y al azar, sino con un continuo fluir de pensamiento al cual esos versículos contribuyen.”[3]

“El contexto es la manera en que Dios nos dio la Biblia, un libro a la vez. Los primeros lectores de Marcos no recurrieron a Apocalipsis para que les ayudase a entender Marcos; Apocalipsis no se había escrito todavía. Los primeros lectores de la carta a los gálatas no tuvieron una copia de la carta que Pablo escribió a los romanos que les ayudase a entenderla. Estos primeros lectores sí compartían cierta información común con el autor aparte del libro que recibieron. En este manual llamamos a esta información compartida “trasfondo”: cierto conocimiento de la cultura, historia bíblica que le antecede, etc. Pero lo más importante era que tenían el ejemplar individual de uno de los libros de la Biblia en frente de ellos.

Por lo tanto, podemos estar confiados de que los escritores de la Biblia incluyeron lo suficiente en cada uno de sus libros para ayudar a que los lectores entendiesen cada libro sin tener que acudir a referencias que no tenían. Por esa razón, el contexto es la clave académica más importante para la interpretación bíblica.”[4]

Otro autor, Michael Heiser, también nos dice lo siguiente:

“El contexto es rey. El ver la Biblia en contexto requiere que siempre estemos conscientes de mantener la Biblia en su propio contexto. […] acabamos de discutir […] que contexto en términos bíblicos no es nuestro contexto. No es algún otro contexto moderno. No es ningún contexto sino el contexto que produjo la Biblia misma. Es hora de tomar en serio la interpretación de la Biblia en su propio contexto—el contexto bíblico.

[…] el contexto bíblico no es el nuestro. No es el evangelicalismo, la Reforma, la Edad Media, el catolicismo, los padres de la iglesia: no es ninguna de esas cosas. Es el contexto en el cual fue escrita.”[5]

Con esto en mente, hablemos ahora de esos tres aspectos fundamentales acerca del contexto bíblico.

1. El entorno histórico y cultural: El pensamiento, la vida y los tiempos de los antiguos

La Biblia no cayó del cielo. Tampoco le fue dictada palabra por palabra a algún hombre en una cueva como una “revelación” total y final. Las Escrituras surgieron bajo la inspiración del Espíritu Santo (2 Tim. 3:16-17; 2 Ped. 1:21), y fueron “escritas por medio de los profetas” (Luc. 18:31) en el contexto de eventos históricos reales y situaciones particulares que transcurrieron a lo largo de siglos y milenios, y en medio de pueblos y culturas radicalmente distintas a la nuestra. Por eso el familiarizarnos con la historia de la antigüedad, especialmente desde una perspectiva bíblica, es una herramienta esencial para comprender mejor la Biblia. Un hábito muy simple que todos podemos llevar a cabo es una lectura consistente de la narrativa bíblica desde Génesis hasta Apocalipsis.[6]

Histórica y culturalmente, el entorno de la Ley, los Profetas y los Salmos (Luc. 24:44), o el Antiguo Testamento, lo fue el del antiguo cercano oriente, un mundo compuesto de pueblos con una cosmovisión pre-científica cuya identidad y existencia estaba orientada en torno a sus dioses y su devoción a ellos. Como se ve reflejado en la literatura de la época, la realidad como un todo se percibía en relación directa a esos dioses y se afirmaba que unos eran más poderosos que otros en términos de panteones y jerarquías cósmicas.

Esa devoción de cada pueblo a sus respectivos dioses no era entendida como una ideología religiosa que era superior a otra, y por lo tanto nadie se “convertía” de una religión a otra.[7] En lugar de eso, los antiguos heredaban una identidad y práctica ancestral recibida de sus padres o ancestros, quienes a su vez la habían recibido de los dioses, a quienes percibían como sus padres divinos y de quienes habían descendido étnicamente. O como lo describe Paula Fredriksen “Los dioses se llevan en la sangre.”[8] Por eso, su noción de tiempo y espacio estaba definida por el territorio o la patria que sus dioses les habían concedido como quienes ejercían autoridad cosmo-geográfica sobre el mismo. Bajo esa noción consagraban el territorio a sus dioses como espacio sagrado por medio de imágenes, altares, templos y santuarios.

En las Escrituras Hebreas (el AT), también se afirma la existencia de esas deidades (Exo. 12:12; 15:11; Sal. 97:7; 138:1) pero con la enorme diferencia de que Yahweh es reconocido como el Dios de dioses (Deut. 10:17; Jos. 22:22; Sal. 136:2; Dan. 2:47) que creó todas las cosas—incluyendo a los otros dioses—y que por tanto posee y está muy por encima de todas las cosas como el Dios Altísimo (Gen. 14:18-20; Sal. 7:17; 47:2; Dan. 4:17; Mar. 5:7; Luc. 1:32; Efe. 1:20-21). El es descrito como Aquel que preside sobre “la congregación de los dioses” (ver Sal. 82:1 RV), quienes a su vez son llamados “los hijos de Dios” (ver Gen. 6:2; Sal. 82:6; Job 1:6; 38:4-7) y a quienes les fueron adjudicadas las naciones (Deut. 4:19; 32:8 BLPH; Dan. 10:13-20; 1 Juan 5:19).[9]

“Cuando el Altísimo dio su herencia a las naciones, cuando dividió a toda la humanidad y fijó las fronteras a los pueblos [lo hizo] según el número de los hijos de Dios.” (Deut. 32:8 BLPH)

Siendo “más grande que todos los dioses” (Exo. 18:11; ver Sal. 86:8; 95:3; 96:4), Yahweh no sólo se distingue como el único Dios eterno (Gen. 21:33; Deut. 33:27; Isa. 40:28; Jer. 10:10-11; Sal. 90:2)—creador y originador de todo—sino como el único elohim que sabía exactamente lo que ocurriría en el futuro (Gen. 15:13-16; Deut. 4:25-31; 2 Sam. 7:19). Por eso el testimonio que afirma la particularidad de Yahweh sobre todo otro dios es de carácter profético (Isa. 41:21-24; 46:9-10). Además, Yahweh no sólo tiene el poder para predecir el futuro sino el poder para ejecutarlo (Num. 11:23; Deut. 4:31-39; Jer. 29:10-14; Ecle. 3:11; 1 Cron. 29:11-12). Por eso era reconocido como el único Dios que da vida a los muertos (Isa. 35:10; 45:17; Sal. 21:4; 49:7-9, 15; 77:13-15; 133:3; Dan. 7:25-27; 12:2; Rom. 4:17).

Este aspecto de la cosmovisión del antiguo Israel y de los paganos es el elemento central del mundo conceptual dentro del cual surgieron las Escrituras Hebreas.

A nivel histórico, existen otros aspectos importantes que informan nuestro entendimiento del texto como lo son las características geográficas de la región y de localidades específicas, así como una cronología de eventos significativoses decir, nacimientos, muertes, catástrofes, guerras, reinados, exilios, etc. A nivel cultural, el tener una idea de las actitudes, la moralidad y otros elementos de la vida diaria en dichos pueblos de la antigüedad, darían mayor luz a la interpretación bíblica. En el Comentario del Contexto Cultural de la Biblia – Antiguo Testamento, los autores proveen una excelente herramienta que nos ayudaría a informarnos en esta área del estudio bíblico.

Aunque hay muchas otras ideas importantes de la época, la más determinante de todas es la relacionada a la asamblea de los dioses. Tanto así, que en el periodo del segundo templo dentro del cual surgió el Nuevo Testamento se asume el mismo paradigma (Juan 10:34-38; Hch. 14:11; 19:26; 1 Cor. 8:4-6). Paula Fredriksen resume concisamente lo que implicaba esa cosmovisión:

“…en la antigüedad (1) todos los dioses existen, su presencia siendo atestiguada por la existencia de sus humanos, y (2) dioses y humanos formaban grupos familiares, por eso el culto es una designación étnica y la etnicidad es una designación cultica. Esto significa que una definición antropológica de imperio (‘el mayor número de pueblos bajo un sólo gobierno’) puede ser replanteada teológicamente: ‘el mayor número de dioses bajo un sólo gobierno’. A estas dos generalizaciones ahora le añado dos más: (3) el culto hace a los dioses felices, y dioses felices hacen felices a los humanos; en contraste, la falta de culto hace a los dioses infelices, y dioses infelices hacen infelices a los humanos. Finalmente, (4) cualquier dios es más poderoso que cualquier humano.

La cultura mediterránea era extremadamente espaciosa cuando se trataba de acomodar diversos cultos – lo que explica porque la situación religiosa del Imperio puede ser descrita correctamente como caótica. ‘Las religiones’ (diversas prácticas ancestrales) simplemente existían porque sus pueblos existían. Catalogar como ‘tolerancia’ a todo este espacio religioso sería tergiversarlo con una palabra sacada de nuestras sociedades civiles posteriores. El imperio antiguo adoptó un pluralismo religioso práctico. Si todos los dioses existen, y si cualquier dios es más poderoso que cualquier humano, tal postura simplemente hacía buen sentido.”[10]

Fredriksen también comenta en cuanto a las implicaciones que ese paradigma tenía para la comunidad de creyentes, particularmente para los apóstoles y para los gentiles que se volvían al Dios de Israel:

“El hecho de que los dioses antiguos corrían en la sangre significaba que la gente nacía con obligaciones para con sus deidades particulares, tanto dioses familiares como urbanos. Si estos paganos se convertían en seguidores de Cristo, en principio cesaban de honrar a estos dioses con culto – lo que enojaría a los dioses. A causa de que estos paganos del movimiento cristiano que no sacrificaban y que se rehusaban a honrar a sus dioses, el Tíber podría desbordarse o el Nilo no lo haría, la tierra podría moverse o el cielo no (Tertuliano, Apol. 40.2). ‘¡No hay lluvia por causa de los cristianos! (Agustín, civ Dei 2.3). En otras palabras, el problema con los cristianos gentiles, ante los ojos de la mayoría pagana, no era que esta gente eran ‘cristianos’, sino que eran gentiles que se habían desviado. Es decir, el problema era que, cualquiera que fueran las nuevas prácticas religiosas que esta gente escogió asumir, todavía, ante los ojos de sus familiares y vecinos, seguían estando obligados a los dioses de la ciudad y también del imperio – y esos dioses, una vez alejados, estarían enojados. La causa principal de la agresión pagana anti-cristiana era temor al cielo – o, en resumen, la piedad.”[11]

Larry Hurtado también comenta al respecto de manera similar:

“Desde el principio en el movimiento de Jesús, la inclusión de ex paganos, y sin requerirles convertirse en prosélitos judíos, sino requiriéndoles que abandonaran a sus dioses previos y que su práctica religiosa estuviera orientada exclusivamente en torno al único Dios y a Jesús, constituía un nuevo tipo de postura «religiosa». Típicamente, en la época romana, tu «identidad religiosa» (para usar una expresión moderna) estaba ligada a tu origen étnico, tu ciudad, tu familia, etc. Sin embargo, los cristianos, especialmente los ex paganos, debían abandonar a todos sus dioses y aún así debían continuar siendo lo que eran como miembros de su nación, ciudadanos de su ciudad, etc. A diferencia de los prosélitos al judaísmo (que abandonaban su identidad étnica y se hacían judíos étnicamente), los ex paganos que se unían al movimiento de Jesús retenían su identidad étnica, pero tenían que dejar atrás a sus dioses ancestrales en favor del Dios bíblico. Por lo tanto, en nuestros términos, esto implicó la creación de una “identidad religiosa” independiente.”[12]

Esas premisas antiguas se expresaban por medio de varias prácticas y valores culturales como lo eran el honor y la vergüenza, el patronato y la reciprocidad, la familia y la casa, el parentesco, y la pureza y profanación ritual.[13] En ese entorno socio-cultural coexistían judíos y gentiles tanto en la tierra de Israel (Jerusalén, Judea, Samaria, Galilea) como en la Diáspora. El Comentario del Contexto Cultural de la Biblia – Nuevo Testamento, también por Keener, es otro excelente recurso para adentrarnos en esa área del mundo de las Escrituras.

Sólo nos resta mencionar la enorme relevancia que tiene la literatura judía durante el periodo del segundo templo como una fuente de información en cuanto al pensamiento de la época que nos ayude a entender mejor los escritos apostólicos (el Nuevo Testamento). Existen tres series de documentos específicos que serían la fuente principal: la Septuaginta, los Tárgums, y los Apócrifos y Pseudoepígrafos (una parte de éstos aparecen en la Septuaginta).

Septuaginta o LXX – La Septuaginta (también llamada el Antiguo Testamento Griego) fue una traducción de las Escrituras Hebreas (el Antiguo Testamento) al griego koiné, realizada por eruditos judíos en Alejandría, Egipto, alrededor del siglo 3 antes de Cristo. Indudablemente, esta era la “versión de la Biblia” más utilizada por los creyentes en el primer siglo.

 

Además, “La LXX (Septuaginta) ha sido llamada con razón “el primer monumento de la exégesis judía”, ya que, a pesar de que no contiene ningún comentario como tal, exhibe una interpretación anterior a los primeros comentarios. Su tendencia a la interpretación escatológica es ampliamente reconocida.” [14]

Tárgums – Los tárgums fueron originalmente recitaciones interpretativas de las Escrituras Hebreas en arameo, la lengua común de la comunidad pos-exílica durante el periodo del segundo templo. Estas luego se compilaron textualmente en lo que hoy llamamos los tárgums o targumim, y reflejan en general la perspectiva interpretativa judía de la época. Por eso pudieran ser considerados como un tipo de comentario expositivo de la Biblia.

 

““Targum” es una palabra hebrea (también utilizada en arameo) que significa “traducción”, y es utilizada especialmente por traducciones arameas de las Escrituras Hebreas que eran leídas en las sinagogas durante el Shabbat y durante festivales o días de ayuno. Eruditos usualmente asumen que la práctica de traducción fue necesaria a consecuencia de la pérdida de fluidez en el hebreo por los judíos que crecieron en el exilio. Nehemías 8:7-8 dice que después de que Esdras leía la ley, los levitas le explicaban la ley al pueblo: “Y leyeron en el Libro de la Ley de Dios, interpretándolo [o explicándolo] y dándole el sentido para que entendieran la lectura” (v. 8 NBLH). […] Neh 8:8 parece ser un buen resumen de la meta de los Tárgums.” [15]

Apócrifos y Pseudoepígrafos – “El término apócrifos es aplicado por cristianos protestantes a los libros incluidos en el AT por las iglesias católica romana, copta y la ortodoxa oriental, pero que no se encuentran en el canon judío o protestante. El término Pseudepígrafos se refiere a un cuerpo mucho más grande de textos, la mayoría de los cuales comparten la característica literaria de haber sido escritos bajo el seudónimo de una figura importante o antigua en la herencia de Israel (escritores católicos romanos y ortodoxos por lo general se refieren a este cuerpo como apócrifos). Estas colecciones conservan voces importantes que dan testimonio del pensamiento, la piedad y las conversaciones dentro de los Judaísmos de la época del Segundo Templo y que proporcionan un trasfondo esencial para la teología, la cosmología, la ética, la historia y la cultura de los autores del NT y forjadores de la iglesia primitiva, muchos de los cuales conocían, valoraban y se basaban en las tradiciones conservadas en estos textos.” [16]

2. Las características lingüísticas y literarias: La expresión del pensamiento de los antiguos

Inspirados por Dios, los autores bíblicos utilizaron diversas estrategias literarias y lingüísticas que fueron enmarcadas canónicamente con el propósito de comunicar un mensaje o teología particular de forma intencional. En esencia, el mensaje o la teología bíblica está basada en los pactos y es de carácter mesiánico-cruciforme con un enfoque apocalíptico. Pero antes de elaborar más acerca de esa teología como marco contextual, hablemos brevemente de la literatura y los lenguajes bíblicos.

Literatura

La literatura bíblica está compuesta de diversos tipos de documentos catalogados bajo distintos géneros. Un género literario es simplemente el tipo o la clase de literatura que constituye el documento. Por ejemplo, en la actualidad existen géneros como la novela, textos y documentos legales y económicos, libros académicos, biográficos, históricos, escritos poéticos, noticiosos, manuales de instrucción, etc. Estos géneros a sus vez pudieran tener subgéneros.

De la misma manera las Escrituras contienen diversidad de géneros como la narrativa, genealogías, textos de índole legal o pactista como tratados entre un soberano y un vasallo o siervo, documentos ceremoniales relacionados al culto o la adoración, escritos poéticos como oraciones, salmos, himnos de alabanza o lamentos, también oráculos proféticos, proverbios y enigmas, descripciones visionarias de carácter celestial, divino y apocalíptico, escritos biográficos e históricos, obras epistolares o cartas, entre otros.

La importancia de identificar el género literario de pasajes bíblicos estriba en que éste determinó como fue escrito y por lo tanto como debe ser leído y entendido. Nunca interpretaríamos el lenguaje simbólico y metafórico de un poema con la “literalidad” con que leemos una narrativa histórica. Obviamente David no se encontraba literalmente “entre leones” sino más bien entre “los hijos de los hombres, cuyos dientes” son descritos metafóricamente como “lanzas y saetas”, y su “lengua” como “espada afilada” (Sal. 57:4).

“Si no sabe cual es el género, no estaría haciendo ningún tipo de interpretación competente con ese pasaje, porque el género es contexto. El género es parte del contexto literario. Y puesto que el contexto informa el significado, realmente, sin género, no tiene garantía de que está ni siquiera cerca de una comprensión correcta, una interpretación adecuada, el significado preciso de cierto pasaje bíblico.”[17]

Bajo la categoría de los géneros existen muchas clases de técnicas literarias que los autores bíblicos implementaron como parte de su estrategia comunicativa. Entre ellas podemos mencionar al acróstico, el paralelismo, el quiasmo, la hipérbole, la imaginería, la metáfora y la tipología.

La riqueza literaria de las Escrituras inspiradas por el Autor Divino fue asombrosa y maravillosamente diseñada como una sublime expresión de la sabiduría y la genialidad del Señor. Al considerar esos factores en la meditación, el estudio y la interpretación bíblica no sólo llegaríamos a conclusiones más acertadas en nuestra exégesis sino que expondríamos nuestra mente y corazón a la belleza eterna del texto sagrado.

Lenguajes

A nivel lingüístico, la Biblia surgió originalmente en hebreo con partes en arameo. Luego se desarrollaron traducciones interpretativas de la Biblia Hebrea (Antiguo Testamento) al arameo, los llamados Tárgums. Más adelante surgió el Antiguo Testamento Griego (Septuaginta) y finalmente los escritos apostólicos (Nuevo Testamento) se compusieron también en griego.

Es importante mencionar que el surgimiento de los textos en esos idiomas no tiene nada que ver con alguna virtud mística o divina que éstos tengan en sí mismos (particularmente el hebreo). En otras palabras, no es que esos sean “los idiomas oficiales en el cielo”. Simplemente eran los idiomas de quienes recibieron los oráculos y a quienes les fueron dirigidos. Por ejemplo, dijimos que las traducciones interpretativas al arameo (los Tárgums) surgieron porque ese se convirtió en el idioma principal de la mayor parte de la comunidad judía pos-exilio. Es decir, ya casi nadie hablaba hebreo.

Lo mismo aplica a la Septuaginta; en su misericordia Dios proveyó de una traducción inteligible para aquellos de entre su pueblo que ya no comprendían el hebreo. Lo que es más significativo, el griego koiné al cual se tradujo se había convertido en la lengua franca de todo el Mediterráneo. Eso fue un factor determinante en la generación de los apóstoles cuando el evangelio (¡que era conforme a las Escrituras!) comenzó a propagarse entre los gentiles.

Por otro lado, la “practicidad” del desarrollo lingüístico de las Escrituras no descarta o disminuye la riqueza de sus respectivas características gramaticales y ortográficas. En el caso del hebreo bíblico, las virtudes de su poesía son incomparables cuando se toma en cuenta elementos como el paralelismo, el quiasmo y el acróstico, los cuales encierran poder comunicativo con grandes implicaciones interpretativas. En el caso del griego koiné, su gramática es tan compleja y vasta que hasta el día de hoy se continúan investigando sus diversos matices.

Además, es vital reconocer una característica extremadamente importante del Nuevo Testamento Griego. El profesor Eli Lizorkin-Eyzenberg nos la explica muy claramente:

«Es mi opinión que todo el texto original del documento que hemos llegado a conocer como el Nuevo Testamento fue escrito por judíos que seguían a Cristo (en el antiguo sentido de la palabra) en un lenguaje que puede ser mejor descrito no sólo como griego koiné o común, sino como “griego judeo-koiné”. Algunos autores que podían permitirse un muy buen escriba profesional (como fue el caso de Pablo y, posiblemente también de Lucas) tenían un excelente dominio de la lengua, mientras que otros como los autores del Evangelio de Juan y el libro de Apocalipsis, escribieron naturalmente en un nivel mucho más simple. Al igual que en inglés hay quienes pueden escribir con un estilo elegante, otros expresan sus pensamientos en el mismo idioma pero de manera mucho más simple (como yo).

 

Pero antes, ¿que es el griego koiné? El griego koiné (que es diferente al griego clásico) era la forma común multi-regional en que se hablaba y escribía griego durante la antigüedad helenística y romana. La colección del Nuevo Testamento fue escrita durante este período histórico.

Ahora bien … no creo que el tipo de griego que vemos en el Nuevo Testamento pueda ser descrito de la mejor manera SÓLO como griego koiné. Hay otro componente de este griego koiné – una conexión judía y hebrea significativa. Por esa razón prefiero llamarlo – griego judeo-koiné.

 

¿Pero qué rayos significa griego judeo? Bueno … el griego judeo—así como los conocidos judeo-alemán (yiddish), judeo-español (ladino) y también los idiomas judeo-persa, judeo-árabe, judeo-italiano, y judeo-georgiano menos conocidos—es simplemente una forma de griego utilizada por judíos para comunicarse. Este lenguaje retuvo muchas palabras, frases, estructuras gramaticales y patrones de pensamiento característicos del idioma hebreo.

Por lo tanto, ¿es el griego judeo realmente griego? Sí, lo es, pero es griego que heredó patrones semíticos de pensamiento y de expresión. De esta manera, es diferente a los tipos de griego utilizados por otros grupos de personas.

 

Por lo tanto, no estoy de acuerdo con la idea de que el Nuevo Testamento fue primero escrito en hebreo y luego traducido al griego. En lugar de eso, creo que fue escrito en griego por personas que pensaban judaicamente y lo que es quizás más importante, multi-lingüísticamente. Has de entender que los hablantes de diversos idiomas logran también pensar en diversos idiomas. Cuando hablan, sin embargo, siempre importan a un idioma algo que proviene de otro. Nunca es una cuestión de «si es que ocurre», sino sólo de «cuánto ocurre».

 

El punto principal presentado por cristianos que creen que partes del Nuevo Testamento fueron escritas originalmente en hebreo es que el Nuevo Testamento está lleno de hebraísmos. (Un hebraísmo es un rasgo característico del hebreo que ocurre en otro idioma).»

Ese punto de hecho es muy importante. Demuestra que los estudiantes serios del Nuevo Testamento no deben limitarse sólo al estudio del griego. También deben estudiar hebreo. Con el conocimiento del hebreo bíblico serían capaces de leer el texto griego judeo-koiné del Nuevo Testamento con mucha mayor precisión.”[18]

Por lo tanto, sigue siendo vital que maestros de la Biblia se den al estudio de los idiomas originales como parte de su devoción a Dios y su servicio a la iglesia. En cuanto a creyentes que no pueden darse ese lujo, les bastaría darle gracias al Señor por una buena traducción de la Biblia, y también prestar atención sincera y diligente a quienes les exponen las Escrituras tomando en cuenta esos idiomas. Nuestra dedicación como discípulos debería incluir un deseo por crecer en entendimiento en todas esas áreas.

En términos más técnicos, no se pudiera exagerar la necesidad de siempre tomar en cuenta el contexto histórico-cultural y literario que antes mencionamos como los aspectos determinantes al interpretar. Queriendo decir con esto que las palabras por sí solas no comunican nada aparte de su contexto. En la práctica esto significa que no podemos agarrar una concordancia para buscar todas las instancias de cierta palabra, y luego predicar o enseñar al respecto basados en nuestros hallazgos superficiales. Una palabra pudiera significar algo específico en cierto pasaje pero algo completamente distinto en otro. ¡El contexto sigue siendo rey! 

El diseño tripartito de la Biblia Hebrea: La Ley, los Profetas y los Salmos

La literatura bíblica fue compuesta y organizada por los profetas inspirados en términos de la Ley, los Profetas y los Salmos. Originalmente la Biblia Hebrea (Antiguo Testamento) estaba dividida en esas tres partes principales llamadas Torá, Neviim y Ketuvim; de ahí el nombre TaNaKh que se utiliza en la tradición judía.

“… esta manera de ver el Antiguo Testamento parece coincidir con la manera en que Jesús la describió en Lucas 24:44 cuando habló de “la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos.”[19]

La Torá o Ley de Moisés—constituida por Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio—fue la instrucción pactista-profética que le fue dada a Israel por medio de Moisés en el monte Sinaí. Era una instrucción pactista porque estipulaba los términos del pacto con el pueblo; era profética porque su mensaje se proyectaba hacia el futuro cuando Dios cumpliría sus promesas por medio de una salvación apocalíptica, en el Día del Señor.

Los Profetas—dividido entre los Profetas Primeros (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y los Profetas Postreros (Isaías, Jeremías, Ezequiel, el Libro de Los Doce [Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías])—testificaron y expusieron los términos del pacto de Yahweh delante de su pueblo Israel, y advirtieron a las naciones acerca de cómo responder a Dios en cuanto a ese pacto.

Luego en los Salmos o Escritos—compuesto del Libro de la Verdad (Salmos, Proverbios, Job), los Rollos Pequeños (Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester) y el Resto de los Escritos (Daniel, Esdras-Nehemías, Crónicas)—se comentó con mayor detalle poético y profético acerca de la narrativa, los pactos, el Mesías y la salvación que se habían anunciado en los escritos anteriores.

Ante tan notable coordinación y simetría intencional varios eruditos han afirmado lo siguiente:

“Es nuestra convicción que una formación simétrica tan palpable no puede ser resultado de fuerzas aleatorias; la colección canónica conocida como la Biblia Hebrea no se pudo haber logrado por medio de los procesos propugnados por la mayoría de los eruditos, es decir, acreción gradual a lo largo de un prolongado periodo de tiempo… . La colección tal como la conocemos (con modificaciones…) debe ser el producto de una persona, o de un grupo muy pequeño, trabajando en una ocasión, en un lugar, para lograr los resultados visibles en toda la estructura de la Biblia Hebrea.”[20]

En relación a la afirmación de Freedman, Hamilton dice:

“A base de esa información, […] Freedman concluye, “Atribuimos la concepción y ejecución al escriba Esdras y al gobernador Nehemías, quienes posiblemente trabajaron parcialmente en tándem, pero también en secuencia, con Esdras siendo el responsable principal de la concepción y Nehemías de la ejecución y compleción del proyecto.” Si Esdras y Nehemías realmente organizaron el Antiguo Testamento de la manera en que Freedman sugiere, no pareciera ser demasiado imaginarse que entendieron que su obra comunicaba un mensaje coherente con un tema central o principal.”[21]

3. El pacto como contexto: Una teología mesiánico-pactista, cruciforme y apocalíptica

Las características literarias, la genialidad lingüística y la intencionalidad canónica de las Escrituras fueron diseñadas bajo inspiración divina con el propósito de comunicar una teología o mensaje específico. Ese mensaje se articula por medio de una metanarrativa pactista, cruciforme y apocalíptica centrada en un Mesías esperado como el Agente de salvación. Y fue esa teología o metanarrativa la que se presuponía en la proclamación y enseñanza de Jesus y los apóstoles.

Una metanarrativa es una historia de historias, es decir, una historia primordial que contextualiza, explica y se impone sobre toda otra historia. En la jerga posmoderna de la actualidad se percibe a una metanarrativa como una doctrina acerca de la realidad total que tiende a ser de carácter autoritario. Eso es exactamente lo que es la narrativa bíblica. Es de hecho la única metanarrativa verdadera.

El pacto eterno

Habiendo prometido preservar a “toda carne” (Gen. 9:11-17) después del diluvio catastrófico en los días de Noé, y en relación directa a la determinación del concejo divino de confundir la lengua del hombre (Gen. 11:7) y dispersarlos “sobre la superficie de toda la tierra” (Gen. 11:8, ver 10:5) para adjudicar a sus familias a “los hijos de Dios” (Deut. 32:8), entonces “Yahweh dijo a Abram: “Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré. “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición. “Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. En ti serán benditas todas las familias de la tierra.” (Gen. 12:1-3).

Ese llamado fue luego confirmado y ratificado a base de un pacto eterno (Gen. 15; ver Sal. 105:8-11) y por medio de un juramento (Gen. 17; 24:7). De esa manera se estableció una pauta fundamental en la historia y la teología bíblica en términos de la distinción entre Israel y las naciones (ver Gen. 18:18; Num. 23:7-10; Deut. 4:6-8; 26:18-19). La misma continuó en el Nuevo Testamento pero en términos de Judíos y Gentiles (Hch. 14:1-2, 5; 17:17; 18:4, 6; Rom. 1:16).

Así entonces da inicio la metanarrativa de las Escrituras. No hay manera de leer y entender la Biblia correctamente sin ese marco conceptual. Aún más, lo único que hace posible que podamos continuar confiando en esa Palabra hasta el fin es el poderoso hecho de que “Dios, deseando mostrar más plenamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de Su propósito, interpuso un juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Heb. 6:17-18). Hablando en referencia al pacto con Abraham, el autor de Hebreos afirma que la fe y esperanza de la Biblia está absolutamente arraigada en “los pactos” de Israel (Rom. 9:4-5).

Es por eso que sobre la base del pacto con Abraham Dios estableció un pacto con Israel en Sinaí con el propósito de que vivieran justa y piadosamente en la tierra que se les había prometido. Posteriormente, el pacto eterno fue confirmado con David (2 Sam. 23:1-5), a quien se le prometió que de su Simiente Yahweh pondría a un Rey sobre su trono para siempre (2 Sam. 7:12-13). Luego Dios prometió que en el contexto de una redención, restauración y salvación escatológica El haría un nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá (Jer. 31; Eze. 36-37). Este es el andamiaje desde el cual se configura la estructura textual de la narrativa profética de las Escrituras.

La Biblia Hebrea como un documento mesiánico basado en la Ley de Moisés

Esa estructura textual tiene un fundamento definitivo: la Ley de Moisés. Contrario a la percepción y sentimiento antagónico contra la Ley que ha caracterizado a la historia de la teología a partir del segundo siglo, la Ley o la Torá siempre ha sido el fundamento inconmovible de las Escrituras; siendo ahí donde se articularon los dos pactos fundamentales del testimonio bíblico, el pacto con Abraham y el pacto con Israel en Sinaí que acabamos de mencionar.

Ese testimonio tenía un enfoque escatológico en torno a «un profeta de en medio» de Israel a quien Dios levantaría y a quienes tendrían que escuchar (Deut. 18:15). Esa expectativa profético-mesiánica se desarrolló y continuó hasta la generación de Jesús (Juan 1:21, 45) cuando al ver Sus milagros las multitudes declararon, «Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo» (Juan 6:14). Evidentemente, la expectativa asumía que el Profeta sería a su vez el Rey, «Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez al monte El solo» (v. 15).

Este contexto nos ayudaría a entender las palabras del apóstol Pedró cuando proclamó:

«Moisés dijo: ‘El Señor Dios les levantará a un profeta como yo de entre sus hermanos; a El prestarán atención en todo cuanto les diga. ‘Y sucederá que todo el que no preste atención a aquel profeta, será totalmente destruido de entre el pueblo.’ Asimismo todos los profetas que han hablado desde Samuel y sus sucesores en adelante, también anunciaron estos días.» (Hch. 3:22-24)

Por esa misma razón Jesús reprendió a los dos discípulos que iban de camino a Emaús con las siguientes palabras:

Entonces Jesús les dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! “¿No era necesario que el Mesías padeciera todas estas cosas y entrara en Su gloria?” Comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras.

Siendo imposible separar al Mesías y Rey de Israel (Juan 1:49) del pueblo mismo de Israel, Jesús ejercería su rol como Precursor y Perfeccionador de la fe de Israel (Heb. 6:19-20; 12:1-2) al vivir de antemano el destino profético y apocalíptico de Israel; pero a causa de su rectitud y de la particularidad de su identidad, su muerte tendría poder expiatorio. Consecuentemente, los oráculos de la Ley y los Profetas se encarnaron en la persona y obra del Mesías. Todo esto «es conforme a la Ley y lo que está escrito en los Profetas» (Hch. 24:14).

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Una metanarrativa pactista-cruciforme-apocalíptica

Esa metanarrativa teológica que hemos descrito fue confirmada y atestiguada por Dios al “haber presentado pruebas a todos los hombres cuando resucitó a Jesús de entre los muertos”—siendo ese hecho confirmado por el Espíritu Santo generación tras generación—“Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque El ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien El ha designado” (Hch. 17:30-31).

Pero como ya hemos visto ese Hombre es “el Rey de los judíos” (Mat. 2:2; 27:11; Juan 19:19), el “Hijo de David” (Mat. 1:1; 15:22; Luc. 1:31-33; Rom. 1:3-4), el “Hijo de Abraham” (Mat. 1:1), y por lo tanto la administración de ese juicio apocalíptico ocurrirá en Jerusalén “la ciudad del Gran Rey” (Mat. 5:35; ver Sal. 48:1-2), cuando el Hijo del Hombre venga y se siente “en el trono de Su gloria” (Mat. 25:31-46), después de restaurar el Reino a Israel (Hch. 1:6; ver Miq. 4:6-8).

Ante la urgente inminencia de ese juicio apocalíptico somos llamados a poner nuestra confianza en ese Rey quien “murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3) a fin de que “los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15). Por lo tanto, la teología bíblica que enmarca la Biblia es de carácter sacrificial, llamando a quienes la reciben a una vida cruciforme de imitación y perseverancia. Ese es el testimonio de la Ley y los Profetas que establece la pauta teológica de toda la Biblia (Mat. 5:17; 7:12; 22:37-40; Luc. 16:16; Juan 1:45; Hch. 24:14; Rom. 3:21).

La esperanza de Israel

En resumen, esa teología bíblica o mensaje central de las Escrituras viene siendo lo que Pablo llamó “la esperanza de Israel” (Hch. 28:20), por la cual estuvo dispuesto a ser un “embajador en cadenas” (Efe. 6:20). Ese entonces es el macro-contexto teológico que debe informar y determinar nuestro entendimiento e interpretación de la Biblia.

En el próximo artículo hablaremos de cómo “sincronizar” nuestra lectura e interpretación bíblica a la par del contexto que acabamos de describir, y de como el no haberlo hecho ha resultado en ideas y modelos “anacrónicos” en el estudio de las Escrituras.


[1] Apocalíptico, viene del griego apokalupsis (ἀποκάλυψις) que significa revelación o develación, y en la Biblia está particularmente relacionado a “la revelación de nuestro Señor Jesús” (1 Cor. 1:7; 1 Ped. 1:7; 4:13; Apo. 1:1), en “el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Rom. 2:5), es decir, “el día del Señor” (1 Cor. 5:5; 1 Tes. 5:2; 2 Tes. 2:2; 2 Ped. 2:10; Apo. 6:16-17) o “día del juicio” (Mat. 10:15; 11:22-24; 12:36; 2 Ped. 2:9; 3:7; 1 Juan 4:17) en “la venida del Señor” (Mat. 24:27; 1 Tes. 3:13; 4:15; 5:23; Sant. 5:7-8; 2 Ped. 1:16). Por tanto, lo apocalíptico es aquello relacionado a ese momento culminante de la historia donde todo en los cielos y en la tierra será fulminantemente estremecido y trastornado por la intervención absoluta de Dios a fin de ser transformado en pos de una nueva creación. Lo apocalíptico define el carácter esencial de la esperanza del creyente.

[2] Pactista, “Perteneciente o relativo al pactismo.”; Pactismo, “Tendencia al pacto o al compromiso, especialmente para resolver problemas políticos o sociales.” (Diccionario Real Academia Española)

[3] p. 8

[4] Ibid. p. 13

[5] Heiser, M. S. (Ed.). (2013). BI101 Introducing Biblical Interpretation: Contexts and Resources. Bellingham, WA: Lexham Press.

[6] Un excelente recurso que presenta la historia bíblica desde Génesis hasta el periodo del segundo templo pero también tomando en cuenta otras fuentes históricas, es el libro “Israel y las naciones” por F.F. Bruce. Si les interesa lo pueden obtener aquí.

[7] En el próximo artículo de la serie hablaremos con más detalle acerca del anacronismo implícito en la noción moderna de lo que es religión. La nación de los antiguos al respecto (incluyendo los autores bíblicos) era radicalmente distinta a la nuestra.

[8] En Gods, Pagans, and the Redemption of Israel (Dios, los paganos, y la redención de Israel).

[9] La polémica de los profetas contra los ídolos “ciegos, sordos y mudos” (¡muertos!, Hab. 2:18) no era una negación de la existencia ontológica de los dioses. Mas bien era una burla contra la vanidad e ineficacia de la idolatría por medio de la cual el devoto trataba de obtener algo de parte del dios por medio del sacrificio ritual (¡codicia!, ver Jer. 14:22; Col. 3:5). También ponía en perspectiva su inmensa inferioridad en comparación a Yahweh. Esto se ve reflejado claramente en las narrativas donde Israel le rendía culto a Baal como dios de la fertilidad a fin de obtener lluvias y por ende cosechas. El pueblo fue entonces confrontado por profetas como Elías quienes predicaban al pueblo que era Yahweh quien enviaba o retenía la lluvia, y quien de hecho los había sometido a una sequía en conformidad a las maldiciones del pacto (Deut. 11:14, 17; 28:12, 24; 1 Reyes 18). Los paganos sabían que el objeto que fabricaban era inanimado en sí mismo, pero por medio de una ceremonia llamada “la apertura de la boca”—la cual incluía sacrificios—esperaban que el dios o demonio entrara en la estatua o imagen a fin de brindarle morada y autoridad local-territorial con miras a obtener beneficios de parte de ellos. Tales ideas siguen vigentes entre culturas animistas como la hinduista.

El negar la existencia ontológica de los dioses sería trivializar la superioridad de Yahweh—y por tanto del Señor Jesús mismo (Efe. 1:20-21)—quien es contrastado con seres reales a quienes de hecho se les ordena que lo adoren (Sal. 97:7; Apo. 4-5). ¿Estaría Dios siendo comparado a entidades simplemente ‘imaginarias’? Además, sería también negar la realidad muy concreta de la que habló Pablo en relación a “los principados y potestades” (Rom. 8:38-39; Efe. 3:10; 6:12), un concepto más elaborado jerárquicamente para referirse a “los dioses” del Antiguo Testamento. Por otro lado, cuando Yahweh es declarado como único (Deut. 6:4), es una declaración de superioridad y de exclusividad para con Israel en el contexto del pacto. Cabe mencionar que monoteísmo es una categoría conceptual reciente, desarrollada especialmente a partir del periodo de la Ilustración, y aplicada de manera particular por el judío-español Maimónides, con el fin de contradecir los reclamos divinos en torno a Jesús.

[10] En How Later Contexts Affect Pauline Content, pp. 42-43.

[11] Ibid., p. 44

[12] En, Larry Hurtado’s Destroyer of the Gods—Part Six.

[13] Pueden ver más aquí.

[14] David C. Mitchell. (s. f.). The Message of The Psalter: An Eschatological Programme in the Book of Psalms.

[15] Ronning, John [2010]. The Jewish Targums and John’s Logos Theology, pp. 9-10.

[16] deSilva, D. A. (2000). Apocrypha and Pseudepigrapha. En C. A. Evans & S. E. Porter (Eds.), Dictionary of New Testament Background: A Compendium of Contemporary Biblical Scholarship (electronic ed., p. 58). Downers Grove, IL: InterVarsity Press.

[17] Heiser, M. S. (Ed.). (2013). BI101 Introducing Biblical Interpretation: Contexts and Resources. Bellingham, WA: Lexham Press.

[18] En http://jewishstudies.eteacherbiblical.com/the-hebrew-new-testament/.

[19] Hamilton, Jim, God’s Glory in Salvation Through Judgment. Versión Kindle.

[20] Freedman, David N., The Symmetry of the Hebrew Bible, pp. 83-84

[21] Hamiltom, God’s Glory.

Henry Bruno

Henry Bruno

Coordinador y maestro

Henry es un discípulo de Jesús, esposo de Aneliz y padre de cuatro hermosas hijas. Su pasión es hacer discípulos que estén firmes en el evangelio, dando testimonio de la verdad y preparados para recibir a Jesús de los cielos al perseverar en fe, esperanza y amor hasta el fin del siglo. Actualmente se encuentra en Asia Oriental donde sirve al Señor junto a su familia. Pueden contactarlo a [email protected].